Al igual que me pasa con algunas bandas importantes que han durado cerca de tres décadas o más, con el grupo de Athens, Georgia, R.E.M., me pasa que distingo tres épocas del grupo. Primero los 80, donde eran un grupo de culto y están auténticas gemas del nuevo rock americano de esa década, desde Murmur a Green. Después tenemos los 90, con la explosión a nivel mundial que supuso Out of time y aquel megahit que fue Losing my religion, pero ojo, en esa década, para mi crucial, la banda edita varios de sus mejores discos, este para mí, por supuesto, Automatic for the people de 1992, pero también Monster o New Adventures in Hi-fi muy destacables, y luego lo que hicieron en este siglo nuevo, hasta su disolución a finales de 2011, con dos últimos discos de muy buen nivel.
Situemos el contexto, la banda en plena vorágine del éxito tenía varias opciones, una cuando eres prisionero del éxito dejas pasar los años y el tiempo y cuando vuelves ya no interesas a nadie, otra opción era publicar lo primero que te viene a la cabeza, que suele ser un refrito de lo anterior y de peor calidad, eso de aprovechar la inercia que se dice, y luego hay una tercera posibilidad, el de seguir tu propio camino, ser corredor de fondo, ignorar las presiones y expectativas creadas, incluso si incluye darle un corte de mangas a la industria como Dios manda, y esto último es lo que hizo el grupo R.E.M. exactamente con este álbum. Lo asombroso es que un disco tan amargo y oscuro, sin pretensiones comerciales ni apenas concesiones a la galería, que no solo fue un gran éxito, sino que se convirtió en su cima artística y popular. Una de esas extrañas ocasiones en las que el poder de una música sensible y emocionante, pero también incómoda y a priori poco accesible para el gran público, conecta de una manera insólita con el espíritu de su tiempo y trasciende barreras para convertirse en un hito generacional. Un disco con un característico sonido rural y emocional de unas canciones pegadas al espíritu de la tierra, que conectan directamente con toda una tradición en la que la muerte, la pérdida, la soledad y el implacable paso del tiempo han sido siempre temas recurrentes.
El disco entero es una gozada, pero el tramo final es realmente apoteósico, con tres últimos temas fuera de serie, y hoy me acuerdo del último, Find the river. Estamos ante un medio tiempo en el que se reverencia al mismísimo Neil Young (ecos de After the gold rush) con un estribillo redentor, que permite llegar a la conclusión del viaje con un destello de esperanza y el corazón medio purificado, mientras el piano acompaña de vicio. Lo curioso de este vídeo que os pongo, es que Bill Berry el batería, toca el bajo, Mike Mills el bajista toca el teclado y todos llevan gafas de ciego como el protagonista.
Os dejo con el tema y vídeo de Find the river.
Os dejo con el tema y vídeo de Find the river.
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