Ryan Adams, el músico de Jacksonville ha venido a Europa a hacer una gira que recuerda, 25 años después, aquel gran disco que fue Heartbreaker del año 2000 y el primero de su carrera en solitario después de salir de la banda Whiskeytown. Barcelona primero, La Coruña después y tercera parada en Madrid. De los dos primeros conciertos escuché de todo, bueno y malo, siempre me gusta opinar viendo por mí mismo porque sobre todo con este artista, todo es posible tanto en positivo como en negativo. La otra vez que le vi fue en eléctrico, con banda y en un festival. Hablamos de un músico de una incontinencia creativa tremenda, si no me fallan las cuentas tiene editados 30 discos de estudio en 25 años, algo que llama la atención sin duda, y como es lógico no todos los discos son de alto nivel, hay cosas muy buenas, buenas, regulares y alguna sobrante, aunque siempre hay donde rascar en sus trabajos menos llamativos. Adams es un tipo bastante imprevisible y salió al escenario con chaqué, pajarita y bastón, pareciendo una mezcla de profesor de universidad de comienzos del S. XX y Truman Capote. La disposición de las lámparas al lado del piano, las guitarras, la batería y el bajo provocaba una atmósfera que nos llevaba claramente a otro siglo. Con 50 años a sus espaldas Ryan está más gordo que antes, ha superado (o eso parece) su caída a los infiernos de 2019 (este tipo de conciertos al parecer han hecho mucho en ese sentido), la muerte de su hermano, etc., pero el bueno de Ryan cuyo talento es indudable, hablaba y hablaba demasiado entre las canciones, es a veces muy crío y desconcertante, y eso quieras o no afecta por momentos al concierto que se convierte en deslavazado y va a tirones, eso sí, cuando decide interpretar uno de sus múltiples temones como sólo él sabe, me rindo ante él.
Hizo, por así decirlo un set en el que hubo tres formas de interpretar las canciones, una y quizás la más dominante con él y su guitarra acústica y armónica en plan Unplugged, para mí la mejor, luego piezas que interpretaba al piano, y otras con banda en tono de crudo rock con él a la guitarra eléctrica, un músico al bajo y otro a la batería. Obviamente despachó temas de Heartbreaker, disco que venía a recordar como To be young (Is to be sad, is to be high), My winding wheel, Amy, Shakedown on 9th Street, Oh my sweet Carolina, Don't ask for the water, Call me on your way back home, Bartering lines, Damn, Sam (I love a woman that rains) y To be the one, mientras que improvisó una canción a la que llamó "Branco", esto fue lo que sonó en la primera parte, hubo un receso de 15 minutos y en la segunda parte cayó como último tema esa joya que es Come pick me up (para mí el gran momento que se hizo de rogar). En esa segunda parte creo que estuvo lo irregular y donde sobraron cosas. Gimme something good de su disco homónimo me gustó, New York, New York o When the stars go blue del Gold fantásticas (la segunda pedida por un espectador portugués), To be without you del Prisoner, Two, Dear Chicago, y en cuanto a los versiones comenzó esa segunda parte con el Shame, shame, shame de Jimmy Reed, hizo una irregular e insustancial versión del I'm waiting for the man de la Velvet Underground en modo trío de rock que no me aportó nada y el Not dark yet de Dylan al piano... en fin no me llegó.
Casi tres horas después me quedó la sensación de que por momentos hubo gloria y por momentos hubo infierno.
Os dejo con el que para mí fue el mejor tema de la noche, ese Come pick me up.
No hay comentarios:
Publicar un comentario