martes, 27 de octubre de 2020

7 años sin Lou Reed.


Hace hoy justo siete años fallecía Lou Reed, el gran músico neoyorkino, transgresor, visionario, innovador, poeta descarnado de las calles de su ciudad, compositor siempre inquieto y descomunal, tanto con la Velvet Underground como en su carrera en solitario.
De todos es sabido que sus años con la Velvet fueron casi de culto, poco o nada reconocidos en su día, si lo fueron por gente intelectual de la época como Andy Warhol, y músicos que siempre los tuvieron como referente, uno de ellos sin duda fue David Bowie o también Iggy Pop.
Reed siempre se adelantó a su tiempo en la elección de los temas sobre los que hablaba. La música popular se puso a su altura cuando aparecen los punks, entre mediados y finales de los 70 del siglo XX, pero sus temas ya eran únicos, ya fuese entre guitarras distorsionadas o suaves melodías, cantando sobre cosas desasogantes y sórdidas que otros nunca se atrevían a hablar.


Su carrera en solitario es practicamente una cátedra. Transformer en 1972, producido por Bowie, Berlin de 1973, Coney Island Baby de 1975, Rock and roll heart de 1976, Street Hassle de 1978 y ya en los 80 ese mítico New York de 1989, o en los 90 el brutal Magic and Loss.
Su último disco fue Lulu con la banda californiana Metallica, otro discarral. Hoy me centro en New York, un trabajo que llegó a finales de la década de los 80, dominada por sintetizadores y donde Reed se saca esta obra maestra, donde devolvía protagonismo a las guitarras que están en primera línea, resucita percusiones orgánicas, riffs sólidos y como dios manda, es decir, reivindicar el rock. Inspirado en la ciudad donde ha vivido casi toda su vida, Lou nos narraba una sucesión de escenas que iban de lo cotidiano a lo bizarro, con diversidad de estilos y una precisión en la ejecución instrumental de alto copete.


En homenaje me quedo con el tema Hallowen parade, un desfile que mezcla poesía y cine.

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